Tenía contratado una excursión de todo el dia para cavernas, ver un
campamento de elefantes y terminar en unas cascadas. Eran 3, de los lugares más
emblemáticos de la ciudad, y de todo Laos. La investigación previa me causaba
mucha intriga, y era uno de esos dias que esperas con ansias.
En Luang Prabang, me quede en un hostal, que está ubicado en medio de una
especie de barrio humilde, con calles de tierra y casitas humildes. La
camioneta me venía a buscar a las 8 am, que me llevaría a encontrarme con el
resto del grupo para empezar la excursión. Llego tarde, y en el tiempo de espera
paso una de esas cosas que te llenan un poco el alma.
En la puerta del hotel, un nene de 8 años peloteaba contra la pared del
hotel, solo pero divirtiéndose. Cuando salgo, me apoyo contra un árbol a
mirarlo, y no paso más de 20 segundos, que el niño me miro y me tiro la pelota,
como invitándome a jugar. Este es un claro y hermoso ejemplo de cómo a veces no
existe barrera en el idioma, y si existe un idioma universal. El nene tenía la
camiseta del barca, con la 10 de messi en la espalda. Pensé en decirle que era
argentino, pero supongo que ahí si el idioma iba a ser una barrera, así que me
mantuve en silencio intercambiando golpes de pelota de un lado de la calle a la
otra. La camioneta no venia, y yo ni me preocupaba. Al ratito de estar
peloteando, sale de una casa un chico mas grande, por deducción supuse que podía
ser el hermano, que mirándome, armo un triangulo imaginario, y empezó a
pelotear con nosotros. Y así la espera paso inadvertida. La camioneta llego,
pero yo no me quería despedir de los chicos, así que haciéndoles la seña de “espera”,
me fui hasta mi habitación, agarre la remera de la selección argentina que tenía
en la valija, y se la regale al niño más pequeño. En un acto de pureza total,
el niño atino a sacarse la camiseta del barca, pensando en que estaba metido en
una especie de intercambio. A penas vi el movimiento de sus brazos, lo detuve, haciéndole
entender que no me tenía que dar nada, los salude, y me subí a la camioneta.
Creo que no llegaron a caer, ya que no pudieron levantar sus brazos para
saludarme, solo se quedaron mirando.
Ahora sí, la excursión. En el trayecto del hotel a la primera parada del
dia, el transporte paro en 2 aldeas muy humildes, en donde además venden
diferentes tipos de artesanías, y el turista puede ayudar, y ver a quien está
ayudando. Luego fuimos al primer escenario. Las 2 cuevas budistas, a las cuales
se llega mediante una especie de barco alargado, luego de un recorrido de no más
de 45 minutos. Son dos cuevas, una que se mantiene con una oscuridad total, y
la otra es más abierta, por lo que la luz del sol te da cierto margen de
maniobra dentro de la cueva. Son lugares naturales, mágicos, que albergan
diferentes colecciones de estatuas budas, de todos los tamaños. Muy estilo
Indiana Jones.
Luego de ahí, fuimos a un campamento de elefantes, en donde te enseñan cómo
cuidarlos, a darles de comer y hasta bañarlos, aunque yo termine mas bañado que
el elefante que bañe. Una paradoja y anécdota muy divertida. Comen bamboo, y no
se conforman con una, sino que piden varias que van almacenando en la trompa,
para luego meterse todas juntas. Es algo que hay que vivir, aunque ojo con los
lugares que te dejan montarlos en esos sillones de madera sobre sus lomos,
porque supuestamente los animales sufren mucho, de chicos, para de grande poder
soportar eso.
Para el final, la frutilla del postre. Con casi 2 horas de camino, desde el
campamento de elefantes, llegamos a las cuevas “Kuang Si Falls”, por lejos, el
complejo natural, más maravilloso que vi en mi vida. Acá las palabras sobran totalmente,
pero tratare de resumir mi experiencia con diferentes adjetivos calificativos. Agua
celeste, no transparente, ya que en el fondo alberga como una especie arcilla
la cual es beneficiosa para la piel, según decían. Tiene diferentes lugares
para que te puedas meter, apenas llegue lo hice. No había nadie en el agua,
literalmente nadie. Me saque la remera, la zapatilla y me metí. No tenía
toalla, ni ropa de repuesto, algo que me percate después, cuando costaba
secarse a la sombra. El agua estaba helada, muy fría, aunque el lugar ameritaba
un esfuerzo para que aguante eso. Mientras más caminas por el complejo,
encontras diferentes ollas para tirarte desde un tronco, o meterte desde la
superficie. Y al final del camino, las cataratas Si Falls, con caídas de 50
metros, hacen de un espectáculo único, maravilloso, contenedor, sanador. El
lugar natural más increíble que conocí en mis viajes.
Y así termino el dia. Un dia de esos que cuando llegan al final, te das
cuenta porque te gusta viajar, y cuanto bien hace. Laos es un país abrazador,
amigable, chico, y contenedor, que sin duda hay que conocer, y al cual ya
marque para volver. Muy natural, y todavía no muy pisado por los turistas.
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